Beatriz Sarlo encarnó como pocos la figura del intelectual, una especie que la cultura actual parece relegar cuando más se lo necesita. La movía la necesidad de saber, la curiosidad más genuina. Lectora voraz desde muy temprana edad, no se quedaba sin embargo en la letra de los libros. La llamaba también la experiencia directa de las cosas, el contacto sin mediaciones con la realidad, y dedicó su vida a desentrañar sus significados. Reunía en su persona la hondura reflexiva del pensador y la capacidad de observación del cronista. En ese ida y vuelta entre las ideas y los fenómenos concretos construyó una obra que reunía los mejores atributos de la crítica literaria, el ensayo de ideas y la crónica de viajes o periodística.
Fue, siempre, un espíritu joven. La necesidad de comprender, unida a su capacidad de observación, la llevó a indagar con lucidez en los cambios culturales y políticos de nuestra sociedad hasta sus últimos días. Su mirada y su registro se fueron ampliando para poder dar cuenta de esas transformaciones en los ámbitos más diversos. Su ojo era tan agudo cuando se posaba sobre los procesos políticos como cuando, por ejemplo, diseccionaba los escándalos de las celebridades para entender el modo en que el ecosistema mediático actual había trastocado el concepto de intimidad.
Fue, antes que nada, una crítica literaria. De Sarmiento a Juan José Saer, deteniéndose por supuesto en Borges, recorrió en sus libros el canon nacional de escritores. Su lectura no se reducía a desentrañar los dispositivos estilísticos de la obra analizada o a indagar en las claves internas del texto. Buscaba vincular a los autores con el clima de época y ofrecer además el contexto cultural y político en el que escribían. De ese modo, los ensayos literarios de Sarlo son también un recorrido por la construcción de la cultura de nuestro país.
Como gran observadora, desarrolló también sus dotes de cronista. Puso en juego sus dotes narrativos en De la Amazonia a las Malvinas, libro en el que rescató una serie de viajes por América Latina que hizo en su juventud, durante los años 60 y 70.
En su actividad periodística aunó la profundidad de análisis con su pulso narrativo. Le gustaba ir de incógnito a las grandes marchas políticas en Plaza de Mayo, mezclarse con la gente y tomar nota de lo que observaba para después volcar todo en crónicas cargadas de inmediatez en las que, sin embargo, se colaba la mirada de la analista en detalles u observaciones cargados de significación. Su pasión por la política y el periodismo (y por la cultura mediática en sentido amplio, se puede decir) se despertó muy temprano en su vida. Fue, desde 1978 hasta 2008, directora de la revista Punto de Vista, ineludible ámbito de discusión de la cultura y la política argentina. Colaboró con los diarios La Nación, Clarín y Perfil.
Podía ser ácida en sus observaciones, pero nunca perdió un fino sentido del humor y el manejo sutil de la ironía. Tampoco su entusiasmo por el trabajo. Desde hace unos años, trabajaba en un libro de memorias. “Es una autobiografía centrada en el hecho de no entender, que es mi experiencia constitutiva”, dijo en 2022. Esa vocación omnívora por comprender, en suma, la llevó a profundizar en los ámbitos más diversos y a desplegar una obra de enorme valor en la que se cruzan el ensayo, la crónica y el artículo periodístico. Y fue, hasta el último de sus días, la razón de su inagotable energía.
Por todo eso y mucho más, para la Academia Nacional de Periodismo fue, y será para siempre, un honor que Beatriz Sarlo haya sido una académica brillante. Por eso también, el dolor unánime entre los miembros de la Academia.
Se nos fue la intelectual más importante del país y una académica brillante y austera. La extrañaremos mucho.
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