Pareciera obvio que si pudiéramos esbozar una ética para periodistas estaríamos en la posición formidable de poder definirla también para los hombres en general, en esta postrimerías del siglo XX. Es que resulta fácil concebir la ética cuando el Creador eleva y anonada a Moisés entregándoles las Tablas de la Ley en las cumbres del Sinaí. O cuando en el Génesis se nos prohíbe comer las frutas de conocimiento para ser iguales a Dios.
¿Qué decir de este hombre actual que sostiene la autonomía absoluta de las reglas de la moral? La autosuficiencia de lo humano y que, en el trasfondo de su alma, dice constantemente: Quiero, vislumbro que Puedo, y luego Debo. Y el periodismo de hoy es un poder necesario y gigante, pues engendra su fuerza de su capacidad, de su objetividad frente a cualquier otra presión. El poder del periodismo no es un poder restringido institucionalmente, por lo menos entre nosotros.
Creo firmemente que la mayoría de los periodistas son incorruptibles, que están en su puesto de lucha en un mundo que debe ser rehecho todos los días para que siga siendo humano. El poder al servicio de la gente.
Concluyamos entonces que comencé cuando definí la ética por moral: el poder de la prensa consiste en hacer, modelar, en esclarecer la opinión pública. Por eso somos nada menos que el cuarto poder y suscitamos un estado de opinión sin pedir nada a cambio. Y sentencio nuevamente: el periodismo se ejerce con honra o no se ejerce.
Creo en la libertad con responsabilidad y de ahí una de las razones de que hemos sido, somos y seremos hasta en fin de nuestra jornada, creyentes en la libertad ejercida con ética y moral. Tal como lo predica constantemente nuestro querido Círculo de la Prensa.
Francisco A. Rizzuto